Historia

Llegado a estos contornos el estandarte de la españa conquistadora, señalados hidalgos levantan su tienda, después del arribo del primer encomendero de Tibasosa, capitán Miguel de Holguin, entre ellos Don Diego de Suescun hacia la mitad de 1700 llevando en su mano titulo de propiedad de tierras que se extendían del “Río Grande” al “Río Chiquito”, entre Sugamuxi y Tundama. Escogido hermoso lugar, con vista al valle, edificó su casona a la manera castellana, con ventanas y corredores, enfrentados a huertos y jardines a patios y pesebreras: con la esperanza de ocultar en la tierra la semilla y levantar ganados.

Pasan los años y los derechos de la Hacienda. En un alto de su historia, un posterior propietario Don Marcelino Rangel, trata de constituirla en una fundación de caridad para beneficiar a doncellas pobres, nacidas o criadas en Mérida, lugar muy distante de la hacienda. Corre en estos momentos el año de 1812 y se desata un sonado pleito registrado en la escribanía de Sogamoso, a donde acudieron parientes del filantrópico Rangel y postores para un posible remate de las tierras. Las demandas se ahogaron en los tinteros notariales a raíz de la guerra de la independencia y gracias a esto, la casona y su torre, siguieron siendo propiedad de nuestras gentes.

Simplemente tranquilidad y belleza con algunas comodidades modernas, como síntesis de lo que es Boyacá para el país. Una encomienda que hace 300 años conoció el siglo jesuita y más tarde la alcurnia de la familia Niño Reyes, es hoy Hotel Hacienda Suescun, idílica estancia Boyacense titulada con una campanario de aires de reliquia y por las sombras de sauces centenarios.

El transito de encomienda a respetable hacienda y luego a hospedaje público, se cumplió sin menoscabo de su autenticidad, la cual perdura en la historia.

Hospedarse en Suescun en Tibasosa, en los alrededores de Sogamoso es tener la oportunidad de revivir lo que significó la encomienda durante nuestro periodo colonial, sistema mediante el cual la Corona Española encargaba a quien tuviera dominio sobre un territorio determinado.

Aunque la encomienda que da origen a la casa de “Suescun” se remonta al siglo XVII, la casa en su forma presente data esencialmente del siglo XVIII.

En Suescun se conservan en gran parte un vital complemento arquitectónico que en muchos otros casos desgraciadamente se ha perdido: los muros periféricos que envuelven la casa en una serie de espacios complementarios y otorgan a su acceso un especial carácter, indirecto y pleno de sugerencias visuales.

Los muros del entorno de “Suescun” reanudan en la Nueva Granada la tradición hispánica que crea entorno de los cortijos una vestidura blanca que protege la casa y le otorga intimidad y misterio.

Puesto que la casa de Suescun es longitudinal, estirada a lo largo del eje mayor del valle y dominando este desde su balcón-corredor, los compartimentos espaciales determinados por los muros circundantes forman planos de vistas sucesivos, cuya mayor o menor lejanía está delicadamente orquestada. En este caso, con los más humildes recursos se han creado efectos arquitectónicos de primer orden.

Lo anecdótico o lo accidental se aprovechan en la arquitectura rural anónima al mayor grado posible.

En Suescun desapareció la capilla aislada original, quedando tan sólo, en providencial localización, su torre de ruda estampa. Y fue tal como si la casa tuviera desde entonces algo así como mirador islámico del cortijo andaluz o la torre del castillo ibérico, para atalayar el valle de Sogamoso.

Como lo señala el Arquitecto Germán Téllez en el libro casa colonial. Arquitectura Domestica Neogranadina, editado por Benjamín Villegas: “la casa de hacienda es punto culminante de la arquitectura neogranadina”.

Su austera presencia se explica en los inventarios del siglo XVIII, en los que se señala que las tenían en menor valía que los esclavos, los aperos, los caballos, y las herramientas de labranza.

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